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Brazos inservibles, ceguera, espasmos musculares, respiración entrecortada, irritabilidad, desfallecimientos… así eran los síntomas de las histéricas a mediados del siglo XIX, debido a la férrea represión del deseo sexual femenino en esa etapa victoriana.

Las pacientes diagnosticadas con esta enfermedad recibían de tratamiento un lavaje vaginal o un “masaje pélvico”… en otras palabras, el médico las masturbaba y las llevaba al “paroxismo histérico”, que no era sino un orgasmo, y como por arte de magia muchos de sus síntomas desaparecían.

En la película Hysteria se narra el paso de la estimulación manual a la de la máquina, lo cual sin duda contribuyó a crear toda una industria que, no sin contratiempos, evolucionó en los juguetes sexuales con los que gozamos ahora.

El estudio de la histeria llevó a Freud a descubrir el inconsciente y a crear una nueva técnica para curarla: el psicoanálisis, que sin duda fue más efectiva, pero mucho menos placentera.